Alba A. se enfrenta a 34 años de cárcel tras jugar con la mente del enfermo y empujarle al asesinato.
En internet se llamaba Julia; en la vida real, Alba, de apellido Andreu. Tanto en la red como fuera de ella jugaba con la mente de Ismael Molina, enfermo de de esquizofrenia paranoide, alimentando sus fantasías y aprovechándose de ellas. El 8 de junio de 2019, el día en el que el joven cumplía 21 años, mató a su padre en Vilanova i la Geltrú, tal y como ella supuestamente le había pedido. El juicio para esclarecer los hechos y establecer una condena arrancará este martes.
Ismael y Alba se conocieron porque ella salía con un amigo suyo. Trabajaba como cajera y a él le dijo que era miembro de un grupo secreto de los Mossos d’Esquadra en lucha contra las organizaciones criminales. Le invitó a unirse y, mentira tras mentira, consiguió que le transfiriera siete mil euros. A su padre, le decía que eran para sus estudios de Informática, él creía que formaba parte de un cuerpo de élite y la joven se pagaba fiestas y hoteles en Sitges.
Le organizaba, junto a su expareja, vigilancias e incluso simuló el rapto de su hermana, a la que metieron en un coche con una capucha sobre el rostro para advertirle que la mafia iba tras ella y que debía protegerse. Mientras todo eso ocurría en la vida real, Alba A. se convirtió en Internet en Julia.
Julia e Ismael se hicieron novios virtuales. Él se aisló del mundo, bloqueó a sus amigos en redes sociales. Se creyó, incluso, que habían sido padres por inseminación artificial de dos gemelos. También asumió como cierta otra de las envenenadas mentiras de la joven, que su propio padre pertenecía a la mafia y había robado dinero. Era preciso acabar con él para que quienes le perseguían no acabaran con la familia.
Según la versión de los investigadores, Alba o su alter ego marcaron las pautas del asesinato. Debía apuñalarlo por la espalda y prender después fuego al piso para borrar huellas, no sin antes hacerse con las claves bancarias para obtener 20.000 euros. Después debía resetear el móvil y lanzarlo al mar.
El asesinato
Por la mañana, el padre de Ismael dormía. Su hijo había pasado la noche en vilo a la intemperie vigilando. Le asestó varias puñaladas con una navaja en el cuello y el tórax. Después, echó productos inflamables sobre la cama y prendió fuego. La casa ardió. El teléfono acabó en el océano pero no encontró las claves del banco.
Cuando los bomberos hallaron el cuerpo carbonizado de su padre, Ismael pululaba por el exterior con una actitud extraña y un corte en la mano. Le vieron los Mossos y no les mintió: «No he visto otra solución. He cogido un cuchillo y se lo he clavado a mi padre por la espalda». Inicialmente, los agentes pensaron que había actuado solo pero la extraña actitud de los últimos meses les llevó a a tirar del hilo. Así descubrieron a Julia, en realidad Alba. Las transferencias bancarias fueron las migas de pan que condujeron hasta su identidad.
La Fiscalía pide para él libre absolución por la eximente de alteración psíquica pero requiere su internamiento en un centro de salud mental. Tras su detención ya estuvo en un centro psiquiátrico que abandonó después de que el juez ordenara su ingreso en prisión provisional. Alba, que ahora enfrenta 34 años de pena, también pasó dos meses en la cárcel antes de obtener la libertad provisional
A. S. GONZÁLEZ
El Comercio, 24 de septiembre de 2022